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domingo, 27 de marzo de 2011

Confesión

Ése fue el motivo por el que lo asesiné, dijo con voz pausada. De sus ojos brotaba una mirada limpia y su expresión relajada, a ratos beatífica, contrastaba con el relato recién expuesto a través de sus palabras. Soy todo lo que nunca fui, continuó, y lo que no soy es inocente; el único sentido de que esté aquí, es que usted lo verifique. Un tipo surgido de la nada cuyo nombre es, según él, Quilombo Pérez, acababa de presentarse ante mi confesando un asesinato, y si bien es cierto, que todos conocemos de la existencia de personas desequilibradas que se arrogan crímenes que nunca cometieron, en esta ocasión, según pude verificar, sí existía un cadáver. 

Encontré el cuerpo siguiendo sus indicaciones y por extraño que parezca, tampoco sé ni me molesté en saber nada del muerto, tan solo lo que él había dicho, es decir, que se llamaba Nobod Yellow. No era la primera vez que me enfrentaba a la muerte, así que tanto más me sorprendió encontrarme con un rostro cuyo rigor mortis era la viva imagen de la paz absoluta; nunca antes observé en vivos o muertos, siquiera en la realidad ficcional, semejante semblante, sobre todo teniendo en cuenta el reguero de sangre que había brotado desde su pecho y que, aun húmeda, rodeaba el carnoso cadáver en notorio contraste con el linóleo azulado de la estancia. Por mi cabeza desfilaban uno a uno los detalles por él relatados, todo coincidía, ¿por qué no acudí entonces a la policía? No lo sé; nada me lo impedía, pero estaba atrapado por una historia de la que ya formaba parte. Necesitaba respuestas que, sabía, nadie me podría dar. 
La imagen del cuchillo en el suelo me turbó más que la de la propia muerte. Su larga y afilada hoja, recién barnizada de rojo sangre; su negra empuñadura y sobre todo el brillo del inquietante circulo plateado incrustado en la misma. No pude evitar no cogerlo. Allí estaba yo, con el cuchillo en mis manos delante de un hombre muerto, consciente de dejar mis huellas en el arma y en el escenario de un crimen. No me importaba, era el recuerdo de sus palabras lo que me empujó a cogerlo; yo nunca tuve un cuchillo que no fuera de cocina, me dijo, pero de repente, prosiguió, observé, como si estuviera recreando en mi mente lo que estaba leyendo en ese preciso instante en una novela, la imagen de mi brazo, cuchillo en ristre, descender con toda su fuerza hasta el pecho de Nobod Yellow. No sabía de donde había surgido el cuchillo, lo que sí supe al instante fue que el crujir de sus costillas al romper y la sangre tibia que emanaba de su carne hendida eran reales. Arrojé el cuchillo como si quemara y horrorizado salí corriendo de aquella habitación como si yo mismo acabara de cometer el asesinato. 
Regresé al número doce de la plaza Brouillard, donde dejé a Quilombo Pérez; allí lo encontré, estático, inalterable, seguro de que yo volvería, y lo haría solo, así fue. Cualquiera hubiera podido leer en mis ojos todos los interrogantes que me atormentaban,  todos, menos él. Su expresión se tornó taimada, y quien debía contestar fue quien preguntó; lo verificó, dijo con voz firme, sí, respondí sin añadir nada más, y qué piensa hacer sabiendo lo que sabe, inquirió desafiante, estoy aquí para averiguarlo y usted debería ayudarme, supliqué, tenga la certeza de que nada sucede por azar, para usted, para mí, para todos, existe un plan preestablecido, todo esta escrito de antemano, todas nuestras acciones sirven sino para cumplir ese plan, por eso estamos los dos en este lugar, su respuesta terminó de descomponer mi animo, y a medida que mi estado se tornaba más agitado, más calmado era el suyo. Un brillo conocido resplandeció en mi mano y sin mediar palabra, le asesté una tremenda cuchillada en su pecho. 
Por cierto, no le he dicho mi nombre, me llamo Julien Mort, y le aseguro que jamás pensé en asesinar a nadie, si bien supe que no podría escapar de esta historia, estaba escrito. Ése fue el motivo por el que lo asesiné, y el único sentido de que esté aquí, es que usted lo verifique.


Para María OTH, para que siga sumando.

2 comentarios:

  1. aquí estoy.

    qué manera de copiar las obsesiones en forma de asesinato, cuando de lo que hablas es de los celos, de la ansia del placer, del experimentar confesiones que incitan a actos de índole similar y en ningún momento he visto un asesinato. solo ganas de joder con la misma piedra.
    -tú has fo... matado? pues ahora yo a ti.
    la diferencia entre tú y yo es que tú ocultas pene detrás de cuchillo y yo lo digo así sin más. ¡pene!

    el bucle del asesinato perenne. todos son propensos a matarte o a enamorarte.
    tienes miedo de la copia de una copia de una copia, ¿verdad?

    voy a decirte una cosa sobre ese cuchillo:
    una vez que experimentas el hedor de las flores ya es difícil dejarlo. es un recuerdo a cementerio, y los cementerios son confesionarios. y cementerio es lo que veo al final de tu relato. un cementerio gris, de cielo pavimentado(lluvioso como dirían los meteorólogos) lleno de cipreses que verifiquen que los muertos siguen muertos. a todos nos nacen los mismos gusanos. lo único que cambia es el momento de confesarlo.

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  2. Tengo que decir que en este caso no hablo de penes ni de follar, no pocas veces lo he hecho... Esta vez, y tienes razón, hablo de cementerios, de hedor a podrido y a rancio que desprende la vida, es decir, de los vencidos, de los perdedores sin salida, de gusanos cuya única opción es huir hacía delante, escapar de la mierda de vida que les ha tocado vivir, no les queda nada, no son nadie, tan solo un recuerdo de lo que fueron y nunca volverán a ser; solo les queda aceptar su destino y morir, matar y morir en busca de los cipreses que den sombra a su triste existencia. La confesión es su liberación, su único futuro posible.

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