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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sylvie, o las flores del amor


La obra Sturm und Drang del alemán Klinger, está considerada como la puerta de entrada, abierta en Alemania hacía el resto de países, al romanticismo que imperaría en la Europa de finales del XVIII y principios del XIX. Esta Tempestad e Ímpetu, será la base para el inicio de una nueva corriente literaria deseosa de romper con los cánones y formalismos establecidos por el racionalismo vigente que constreñía la creación literaria; así las figuras de Goethe y de Schiller, supondrán la eclosión de un romanticismo triunfante en Alemania, que se impondrá, a su vez, en Francia, a través de la figura de Mme. de Staëll, en primer lugar, y posteriormente con autores como Víctor Hugo, Lamartine o Chateaubriand, entre otros. Asimismo en Inglaterra emergen Lord Byron o los poetas Keats y Wordsworth con sus celebres “Baladas líricas”. España, como de costumbre, tardará en recibir los efluvios románticos, pero no por ello, dejan de ser destacables las figuras de Zorrilla, con su Don Juan Tenorio, o Mariano José de Larra, que si bien no se consideraba asimismo un autor romántico, fue el único que vivió su pasión y destino como tal. “El mejor hombre, es el que se estremece”, esta cita de Goethe, encierra gran parte del ideal romántico.       
Dentro de esta corriente, en Francia, encontramos a Gérard de Nerval, "El desdichado", que tras una vida atormentada y azarosa, decidió terminar sus días como adorno en una farola de París, pero que antes de su suicidio nos dejó una obra si bien no muy extensa, si bastante intensa.
En una de sus creaciones, Las hijas del fuego, nos encontramos con la historia de Sylvie, a través de la cual Nerval, nos presenta las dos mitades de la concepción del amor romántico: el amor ideal y el amor real. Ambos son magistralmente expresados en el desarrollo del relato; así pues el personaje de Sylvie se nos presenta como el amor tangible, “ella existe, buena y pura de corazón”, y su antagónica, encarnada en la figura de Adrienne, que representa el ideal sublime. Un tercer personaje, Aurelie, sirve para confrontar en un especie de simbiosis transmutada entre Sylvie y Adrienne, la batalla interna del protagonista donde se persigue más que el amor real, por el cuál quizás hubiera alcanzado la felicidad, “Tal vez ahí estaba la felicidad, sin embargo”, el amor ideal, la sublimación de la belleza, del amor figurado en una diosa, “la mujer real indignaba nuestra ingenuidad; tenía que aparecer como reina o diosa y, sobre todo, había que evitar acercarse a ella”, de esta manera, la imagen de Sylvie se configura como una belleza, un amor posible y real, que surge en la percepción del recuerdo de un pasado vivido y perdido en el mundo de los sueños que regresa a un presente vivido una vez más en la búsqueda de un ideal que se escapa, “usted busca un drama, nada más, y el desenlace se le escapa”, ante la circularidad de la huida hacia el mundo de las imágenes, “lo que persigo es una imagen, nada más”, con el único deseo de encontrar a su “Beatriz”. Dos mitades imposibles de un mismo objeto que terminará por romperse “Era Adrienne o Sylvie, eran las dos mitades de un solo amor. Una era el ideal sublime, la otra la dulce realidad”. 
Nerval con una prosa preciosista y un lenguaje poético, nos sumerge en esa búsqueda cruel, que llevará al protagonista a la perdida del espejo de lo real frente al espejo de lo mágico, y que al final le hará vivir ese drama ansiado, esa perdida de los amores tanto de Sylvie como de Aurelie (aunque realmente no las ama), arrojados frente al cadáver de la poesía representado a través de la muerte de Adrienne, la muerte del ideal, de lo intangible; una vuelta a la realidad, por la que todos nos vemos empujados a escapar del mundo de los sueños. 

Jose Manuel Lucas


El desdichado
Je suis le Ténébreux, - le Veuf, - l'Inconsolé,
Le Prince d'Aquitaine à la Tour abolie :
Ma seule Etoile est morte, - et mon luth constellé
Porte le Soleil noir de la Mélancolie.
Dans la nuit du Tombeau, Toi qui m'as consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d'Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon coeur désolé,
Et la treille où le Pampre à la Rose s'allie.
Suis-je Amour ou Phébus ?... Lusignan ou Biron ?
Mon front est rouge encor du baiser de la Reine ;
J'ai rêvé dans la Grotte où nage la sirène...
Et j'ai deux fois vainqueur traversé l'Achéron :
Modulant tour à tour sur la lyre d'Orphée
Les soupirs de la Sainte et les cris de la Fée.
(Gérard de Nerval)

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