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sábado, 5 de febrero de 2011

Una clienta incómoda - Conchita Bayonas


La tienda de modas que la habían recomendado estaba situada en el primer piso de un edificio muy moderno en la zona centro de la ciudad. A Dña. Patro le hubiese gustado más que se encontrase en una planta baja; cuando tenía que subir al primero le daba apuro llamar al ascensor, prefería ir por las escaleras, no porque no se cansase, no, sino por el qué dirían. Sus kilos de más le pesaban bastante; hizo una parada en el rellano y cuando consiguió coger aire, terminó el tramo de escaleras que le faltaban para llegar. Quería un traje de madrina y, en ese lugar podía encontrar lo que ella necesitaba. Un letrero fluorescente señalaba que estaba en el sitio adecuado: “Modas Ana, vestidos inteligentes para gente elegante”. Las letras parpadeaban intermitentemente avisando de los trajes que podían encontrar y de quiénes los podían vestir. Cuando se recuperó del impacto que le había producido el anuncio, llamó al timbre y esperó jadeante a que abriesen la puerta, mientras su corazón se iba calmando según pasaban los segundos. Una señora rubia, muy bien vestida toda de negro, salió a recibirla:
-Buenas tardes, ¿qué desea? -dijo mirándola con cara de extrañeza.
-Buenas tardes. Verá, necesito un vestido para una boda. Voy a ser la madrina y me han dicho que ustedes tienen los mejores de la ciudad.
La señora rubia la miró de abajo a arriba. Paseó despacio sus ojos por los tobillos hinchados y las pantorrillas rechonchas de la clienta y siguió por los michelines de la cintura y su abundante pecho.
-Pase, pero…, no sé si aquí habrá algo que pueda servirle. Vaya mirando entre los vestidos que hay expuestos –le indicó señalando unos percheros- y cuando encuentre algo que le guste, veremos si tenemos su talla – dijo de una manera algo despectiva, como si quisiera perdonarle la vida por el atrevimiento de vestirse en su local.
Dña. Patro fue repasando las perchas: gasas, terciopelos, sedas adamascadas, muarés; por fin pareció decidirse por uno de ellos. Lo señaló para que la señora rubia y elegante que la había recibido, le buscase su talla:
-Me gusta este. Creo que me hará más delgada.
-Pues lo siento, ese modelo es el único que nos queda, y es una treinta y ocho- dijo con una sonrisa que no tenía nada de agradable-, pero aquí hay uno que le puede sentar de maravilla. Tiene que vérselo puesto. No diga nada hasta que se lo pruebe.
Dña. Patro cogió el vestido y entró en el probador, primero se quitó la blusa un poco sudada -¡como le molestaba esa humedad que siempre le acompañaba debajo de las axilas cuando iba de compras!-, luego la falda. Con un poco de esfuerzo intentó meterse en el vestido de terciopelo rojo que le habían ofrecido. Por fin entró en él. Empezó a subirse la cremallera hasta que logró cerrársela. Se encontraba muy incómoda. El vestido le apretaba, se iba ciñendo más y más a su cintura; era como si los tentáculos de un pulpo la abrazaran dejándola sin respiración. Intentó quitárselo pero era imposible, la cremallera se había atascado. Llamó a la encargada de la tienda pero nadie la oía; se empezó a marear y a asfixiarse, hasta que la falta de aire fue la causante de que perdiera el conocimiento.
El golpe que Dña. Patro se dio en el suelo, hizo que entrasen enseguida a socorrerla. Rápidamente le bajaron la cremallera y una corriente de aire fresco empezó a entrar en sus pulmones.
-¿Se encuentra usted bien?
-¡Ay, sí, qué alivio! Ya se me está pasando. ¡Qué susto me he llevado! Creí que me moría.
La dueña la ayudó a vestirse y, Dña. Patro recogiendo su bolso que también había ido a parar al suelo, salió de la tienda disparada con el susto todavía en el cuerpo.
La señora rubia y elegante vestida de negro –un poco molesta- habló con su dependienta:
-Mis creaciones son así; no sé porqué no leen el rótulo de la entrada, lo pone bien claro:
Modas Ana, vestidos inteligentes, para gente elegante.

www.laabuelaatomica.blogspot.com

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