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domingo, 10 de octubre de 2010

Mi amor desgraciado


Las madres siempre aman a sus hijos incondicionalmente. Son las que siempre están allí, las 24 horas del día, durante toda la vida del hijo, listas para dar amor, sin esperar nada en cambio e incluso a pesar del desamor, de las inconstancias y rechazos propios de la adolescencia. Para el hijo, todo eso es un hecho. La mujer que lo cuida cumple ese rol –el de madre– que no se acaba nunca. La mayoría de las madres no son mujeres, al menos para sus hijos. No sufren por amor, no tienen deseos sexuales, no tienen vida propia ni ganas de huir del mundo o apagar la luz. Como madre, ella es un ser divino, una María, cuando no es (y aún mejor si lo fuese) una total abnegada. Todo eso, en mayor o menor medida, es lo que vemos en nuestras madres. Porque podemos decir: no es así, mi madre tiene una profesión, con la cual se siente realizada, tiene una vida vida social, disfruta de su sexualidad y vive no sólo para el cuidado de los hijos. Pero ¿cuánto conocemos realmente a nuestras madres? Es decir, conocemos realmente su naturaleza femenina y más aun la mujer que ella representa, teniendo en cuenta la complejidad por la cual los hombres creen imposible comprender a las otras mujeres (excepto a sus propias madres, claro está).
Llega a ser una aberración de la naturaleza imaginar que una mujer pueda no amar a sus hijos. La madre desnaturalizada es la que no atiende al llamado de la naturaleza, del instinto materno, de atender a los hijos. Algunas amigas y también mi madre me atestiguan que ser madre es aprender a vivir con la culpa, porque es imposible dar todo sin anularse un poco o, al contrario, dar menos sin mortificarse. La madre es siempre un personaje misterioso, pero siempre es amor, o debería serlo, o nos parece que lo es. No obstante, si tomamos el personaje trágico que representa Medea y lo extrapolamos de forma hiperbólica en una madre que, por algunos segundos (eso esperamos), preferiría que los hijos no estuviesen allí llorando o demandando, para llevar una vida tranquila, o poder relajarse después de un día de trabajo, en los momentos en que la madre anhela ser únicamente una mujer más. Llegaríamos a la conclusión de que deben existir livianos remedos de Medea en cada madre (aunque todos esperemos: "excepto en la mía").
Esta intrincada cuestión es abordada en el libro "Mi amor desgraciado", de Lola López Mondéjar (editorial Siruela). Según dice el resumen del libro, en el mismo se cuestiona la maternidad a partir de la experiencia de dos mujeres que osan exponer el peso que la maternidad ha representado para ellas, la interrupción de la sexualidad, el alejamiento de sus parejas. Son dos mujeres unidas y separadas por el mismo sentimiento: mientras una de ellas mata a sus hijos, la otra abandona a su hija para que pueda, entonces, renacer como mujer. En la primera reside la locura y, en la segunda, la culpa. No obstante, la polifonía establece paralelos y cruces en las vidas de estas mujeres que se atreven exponer al mundo la apatía ante su prole. La autora, psicoanalista de profesión, adentra la complejidad de la dualidad mujer-madre y abre una hendidura allí donde nosotros, hijos, preferimos ver un continuo suave y acogedor.
Es imposible eludir el establecimiento de un paralelismo con el libro de Siri Hudsvedt, “Todo cuanto amé”, en el sentido de que éste aborda el amor paternal, la entrega absoluta e incluso absurda por un hijo del cual se espera siempre lo mejor, pero que es incapaz de responder a ese amor. A lo largo del libro, el sufrimiento de los padres y la dificultad de llevar la vida adelante después de la pérdida del hijo también los hace enfrentarse a la culpa, planteándonos la duda de hasta qué punto los hijos son realmente un producto/fabricación de sus padres, es decir, si los padres tienen la culpa de lo que sus hijos son. En el caso de "Mi amor desgraciado", ocurre exactamente lo contrario: son dos mujeres que no soportan la vida como madres de sus hijos, y cuyas identidades se vuelven difusas en el momento en que dejan de ser mujeres para ser madres culpabilizándose por el egoísmo que sienten, cuando todo lo que se espera de ellas es un flujo constante de bondad y amor. Más bien se pregunta si los hijos son los culpables de la infelicidad de sus madres. Ambos libros están salpicados de referencias a obras de arte, pero en el de López Mondéjar, se hace una breve investigación acerca del impacto que la figura de Medea tuvo sobre la vida de Delacroix, cuyo cuadro del mismo título también es la imagen de la portada del libro.
El libro es más que digno de ser tenido en consideración para hacerle un hueco en nuestra estantería (tras su lectura, evidentemente), no sólo por el tema, tan áspero y tan poco abordado, sino también por la prosa liviana y concisa de la autora que entrelaza la voz de las dos mujeres alternando capítulos, y facilitando así la lectura de la polifonía, para centrarse más en la profundización del carácter de cada uno de los personajes. Para adquirir el libro, puede hacer clic aquí: Casa del Libro.
*Traducido del portugués por la autora, revisado por José Manuel Lucas. Post original en: Flanâncias

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