Nada más llegar, los receptores nos insistieron en el hecho de evitar cualquier aproximación con el pasado, nos hicieron comprender lo nefasto que sería para nuestra evolución, yo por mi parte, así lo asimilé durante casi todo un año. Durante ese tiempo me adapté a la nueva situación que me tocaba vivir y asumí que no se podía hacer nada para revertir lo ocurrido. Empecé a sentirme bien y a participar en todo el elenco de actividades que nos proponían. En una de ellas conocí a Alba. Las dos estábamos en la misma franja de edad, nuestras historias eran muy parecidas y nuestras personalidades encajaron a la perfección. Era tal nuestra afinidad que casi coincidimos hasta en nuestros nombres, el mío Alma y ella como ya os he dicho Alba. Como no podía ser de otra manera, no tardamos en hacernos inseparables.
Pasábamos juntas la mayor parte de las tardes sin hacer nada. Manteníamos conversaciones que se alargaban durante horas y horas hablando de toda clase de cosas. Yo que siempre fui una lectora empedernida le hablaba de mis libros y autores favoritos, que si Kafka había conseguido mejor que nadie retratar la angustia de vivir, que sí la dureza de Tolstoi para con las mujeres en su “Sonata a Kreutzer” o lo divertidas que me parecían las comedias de Plauto. Alba siempre me escuchaba con atenta devoción y me hacía miles de preguntas sobre cada libro o autor de los que le hablaba. Ella medio acomplejada se había reconocido una modesta lectora de novelas románticas, así que cuando con cara seria le confesé - Tía a mi se me caían las bragas al suelo leyendo las historias de amor de Nora Roberts, estuvimos toda la tarde riéndonos a cuenta de mis bragas. Otras veces simplemente cotilleábamos sobre los demás o nos preocupábamos anticipando las distintas etapas que todavía nos quedaban por completar.
Ahora comprendo lo decisiva que sería aquella tarde. Alba estaba exultante, le habían comunicado que se encontraba en condiciones de avanzar a otra fase. - No veas como me alegro por ti, le dije de todo corazón. Al mismo tiempo no pude dejar de sentir una fría sombra cayendo sobre mi. Lo peor vendría después. Desde que nos conocimos, nunca habíamos conversado sobre nuestro pasado más íntimo. No se había dado el caso y además implicaba romper otro precepto para conseguir avanzar. Quizás llevada por la excitación del momento, me confesó que había estado casada y que tuvo dos hijos con su marido. Continuó durante casi dos horas contando todo lo referente a su matrimonio y lo que había representado su anterior vida. Mientras la escuchaba, una y otra vez retumbaban en mí recuerdos y emociones que falsamente creía enterrados.
Pasaron tres meses hasta que Alba se marchó. Ese tiempo lo pasamos juntas como ya era habitual para nosotras. Nunca volvimos a tratar nada concerniente a nuestro pasado. El problema es que desde que ella contó todo lo relativo a su matrimonio, yo no había podido dejar de pensar en Manuel. La última tarde que estuvimos juntas me aconsejo - Sigue así y no tardarás en pasar de fase tu también. Estuve a punto de confesárselo todo. De decirle lo que me ocurría, de hacerle saber que incluso algunas noches había tenido la tentación de acercarme a mi antigua casa. Debí pedirle su ayuda, su consejo o simplemente su consuelo. No sé porque no lo hice. Puede que nada hubiera cambiado o puede que sí, en todo caso ya no podré saberlo.
Me habían advertido en diversas ocasiones. Era consciente de que todo lo avanzado a lo largo del proceso lo podría perder en un instante. Seis días después de la marcha de Alba, me sorprendí a mi misma plantada en la noche mirando hacía la ventana que daba al que había sido el salón de mi casa, no había nadie. Aun con todo no pude dejar de estremecerme. La noche siguiente regresé.
La luz estaba encendida. Todo parecía estar igual que antes. La mesa roja dominaba la estancia al fondo del salón, a su alrededor las sillas negras de diseño. El confortable sofá donde tantas noches nos acurrucábamos el uno al lado del otro viendo la televisión. Los cuadros si que eran distintos y tampoco estaba la chamaedora que teníamos al lado de la ventana. Toda mi atención se disipó cuando Manuel apareció atravesando la puerta del salón. Casi me desvanezco al verlo dirigirse hacía la ventana.
Ahí estaba, tan apuesto como siempre. Nunca fue el más guapo ni el más atractivo pero iba siempre impecablemente vestido, con un porte y una elegancia natural que lo hacían destacar allí donde estuviera. - Pero que haces Alma, que haces por Dios, me dije a mi misma. Estaba petrificada, sentí una convulsión a partes iguales producida por la emoción que experimentaba y por el miedo de lo que podría ocurrirme. - Solo esta noche, solo esta noche, intenté justificarme al ver que era incapaz de moverme. Entonces apareció esa mujer, se acercó a él y lo besó en los labios. Juntos se sentaron en el sofá, sí en nuestro sofá, allí donde yo había sido la mujer más feliz del mundo entre sus brazos en los que ahora estaba ella. Sentí que moría una y otra vez, una y mil veces más. No podía existir dolor más grande. Para mi desgracia no tardé en comprobar que si existía.
Intenté luchar contra el ansia que se había apoderado de mí. Os aseguro que lo intenté con todas mis fuerzas. Me arrastré durante días queriendo olvidar. Me dirigí a mis compañeros más próximos para que me ayudaran. Algunos hablaron conmigo e intentaron alentarme - Alma no te rindas, no seas estúpida y lo eches todo a perder - Otros me recordaron cual podría ser mi fin si continuaba por esos derroteros. No sería ni la primera ni el último en acabar así. Pero ya era demasiado tarde para mí. Todas y cada una de las noches volvía al mismo sitio. Se convirtió en una necesidad inevitable. Estaba perdida. Solo me quedaba una salida, la cláusula.
Todos conocíamos la existencia de la cláusula. La verdad sea dicha, nunca escuché mencionarla en boca de nadie pero desde el primer día que llegas, sabes que tienes esa opción. Solo había que invocarla y tener una causa para hacerlo. Mi causa era, creía yo, la más justa de todas. Lo hacía por amor. Realmente daba igual el motivo que alegaras, siempre eran aceptadas todas las peticiones. Pero necesitaba justificarme a mi misma el paso que estaba dispuesta a dar y mi amor por Manuel respaldaba la decisión que ya había tomado.
Recuerdo la seguridad con la que invoqué la cláusula o el favor de Azazel, como también se la conocía. Acepté todas las condiciones que me fueron expuestas. No tenía otra opción. Era la única forma que me quedaba de permanecer junto a Manuel. Así conseguí estar a su lado todas las noches durante cuarenta y siete años. Pude vivir su vida como si aun fuera mía. Lo vi feliz junto a su nueva mujer, como crecían sus hijos, lo bien que envejeció. A mi manera estaba contenta de estar a su lado.
Han pasado cerca de trescientos años desde su muerte. Esta noche asisto al entierro de su último descendiente a los que me he ido aferrando desde que Manuel me abandono. A partir de este momento, ya nada tiene sentido.
Ahora comprendo porque lo llaman infierno.
Jose Manuel Lucas
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