«No ha sido un buen fin de semana, la verdad que no». Se levanta de la cama y se dirige hacia el baño. Suelta una gran meada. En la cocina prepara café y unas tostadas a las que añade tomate y queso en lonchas para engullirlas en segundos. Ha de darse prisa. Hasta las 11.00 h. no comienza la consulta. Le quedan tres horas para ir a nadar a la piscina del club, visitar a su asesor a cuenta de unos asuntos fiscales y finalmente recoger unas camisas de la tintorería.
— ¡Hola Hugo!, cuanto tiempo sin verte a estas horas. Que tal ha ido el fin de semana.
— Muy buenas Sonia, pero que muy buenas. Tú tan guapa como siempre. Tapa ese lunar o no respondo de mí.
— Mira que eres tonto. No cambias ¡eh!
— Anda, no disimules que te encanta. Y mi finde pues necesariamente genial, no concibo otra forma de pasarlos. A ver cuando volvemos a salir juntos uno de estos. Hace tiempo que no quedamos y tu otro lunar me gusta más todavía.
— De verdad, no hay quien pueda contigo. Mi madre me enseño a no juntarme con hombres como tú.
— Si hubiera pillado yo a tu madre con 20 años menos, no diría tanto.
— Pues... Aquí, en tu ficha, veo que tampoco es que te lleve mucho... Vaya el mes que viene es tu cumpleaños.
— JA, JA, anda dame el albornoz que tengo 2.000 metros por nadar «Valiente hija de puta»
— Toma ahí tienes. No dejes de llamarme. Me lo pase muy bien.
— Ya veremos, ya. «Mi padre me enseño a no juntarme con zorras de tetas operadas».
— Hasta pronto Hugo.
Abril es en verdad el mes más cruel. En cuestión de unas semanas Hugo cumplirá 45 años y también hará 10 años que su mujer lo dejó por otro. Este año no tiene ganas de celebraciones. Sus amigos, todos ellos amargamente casados y con hijos, esperan cada año con fruición la doble invitación a las fiestas que organiza. Una, llamémosla oficial, en la que invita a sus allegados con sus respectivas familias y que viene a ser una representación de lo que es una tradicional comilona navideña en primavera. La otra, solo para ellos, y a la que de verdad esperan ser invitados. Comenzó a celebrarse con la ya inolvidable y siempre memorada fiesta de entrada de Hugo en los 40. Una suerte de bacanal en la que abundan todos los excesos. Drogas, prostitutas, alcohol, ruido y por encima de todo, ego, mucho ego. Todo un derroche de salud y dinero que ninguno quiere perderse.
— Tal como te he anticipado por teléfono, este año es conveniente declarar más gastos en bienes de equipo que compensen el aumento de ingresos que has tenido con las ganancias de los fondos de inversión que te recomendé. Como siempre te saldrá a pagar pero casi nada.
— Estupendo, que para eso ya te tengo que pagar bien caro a ti.
— Hugo no me seas, no me seas. Más dinero del que te hago ganar y sobre todo del que te ahorro, no lo gano yo en un año de trabajo.
— La verdad que te tengo que querer. Anda, deja que te de un morreo. Anda, ven, no me huyas hombre. Joder Pedro no te hagas el remolón, jajaja.
— Bueno va, ya vale. Que si no fuera porque te has tirado a mi secretaría y al bollito que tengo en recepción, pensarían que somos maricones.
— Siempre sacando los trapos sucios. Yo no hago nada que ellas no quieran.
— Desde luego que con la fama de mujeriego que tienes. No sé como caen en tus redes.
— Por eso precisamente. No quieren nada más allá de una aventura conmigo. El día que pretenda algo serio con alguna de ellas pasará de mí.
— Hablando de cosas serias. Has decidido ya a los 10 que vas a invitar este año a tu fiestecita de cumpleaños. Nunca entenderé esa manía tuya de que solo sean 10.
— Muy simple, para que me sigáis queriendo el resto del año, jajaja. Este año va a ser la madre de todas las fiestas. Ya me pensaré si invitarte o no.
— Hugo, eres la caraba.
— Ya lo sabes.
— ¡Ah!, se me olvida, el otro día me encontré con Meme.
— ¡MEME! hace meses que no se nada de ella. ¿Te pregunto por mi? «Dime que sí, vamos dime que sí y estás invitado»
— La verdad que no. Apenas fueron unos segundos. Nos cruzamos por el centro. Ella venía de hacer una de sus visitas y solo nos dio tiempo a intercambiar unas pocas palabras.
— Meme, vaya «Mierda Mierda Mierda».
Hará un año cuando la conoció en la clínica por cuestiones de trabajo. Ella es visitadora médica. Al principio lo que más le llamo la atención fue su elegancia, debida más a su magnetismo personal que a la vestimenta propiamente dicha. Después de dos visitas no tardaron en pasar de las cuestiones profesionales a las personales. Congeniaban perfectamente y la risa predominaba por encima de todo. Meme también estaba divorciada y sin hijos, con una buena posición económica y a sus 42 años se sentía totalmente liberada e independiente. Ella no necesitaba a un hombre, ni él necesitaba a una mujer. O eso pensaban.
— Buenos días Mary. ¿Alguna novedad?
— Buenos días jefe. Te ha llamado Javier Giménez. Tenía que comentarte algo sobre la nueva clínica.
— Perfecto, luego lo llamo. Me puedes hacer el favor de guardarme estas camisas en mi despacho.
— Por supuesto jefe.
— Gracias, voy a la consulta. A menos que sea muy urgente no estoy para nadie.
Entra a su consulta. Se pone la bata blanca y repasa la lista de pacientes. Un desgarro posterior meniscosinovial. Una fractura basicervical «Artroplastia seguramente». Una rotura rotuliana distal derecha y finalmente un... Suena el teléfono interno
— Si.
— Jefe perdona. Es tu hermano Pepe, ha insistido mucho y...
— No, no, que va. Pasámelo, gracias.
— Pepe, que sorpresa. Que tal, como están mis sobrinas.
— Hola Hugo, las niñas están mejor que tu y que yo y que su madre juntos. No tengo vida, pero para mi son lo que da sentido a que amanezca cada día.
— Bueno. Y Paty, ¿Cómo está?.
— Sigue con sus jaquecas pero está muy bien. Y que hay de ti, vas bien o qué.
— Como siempre. Muy liado con el trabajo y el resto sin cambios. Me vas a perdonar pero tengo un paciente esperando. Te llamo luego.
— Vale. Pero te he llamado por si te apetecía comer conmigo. Hace meses que no nos vemos. Hoy que puedo no quería desaprovechar la oportunidad. ¿Qué dices?
— Genial, hoy no tengo nada tampoco. Nos vemos en el Jota-Ele a las tres o se te ocurre otro sitio.
— Mejor sitio imposible. Te veo luego. Que tengas buena mañana.
— Adiós.
Pepe es el menor de los tres hermanos. Víctor el mayor, hace 15 años que se fue a vivir a Edimburgo por cuestiones de trabajo y apenas lo ven una vez al año. Nunca han sido muy familiares pero hacen por verse todo lo que pueden. Según Pepe, su hermano no supo encajar su divorcio. Negando cualquier opción de volver a enamorarse o siquiera tener una relación estable.
— Hola hermanito. Perdona pero se me ha hecho tarde en la clínica. Dame un abrazo hombre.
— Nada Hugo, no pasa nada. ¡Joder!, como aprietas. Estás fuerte. Vamos dentro que tenemos una mesa reservada.
— Entonces dices que las niñas están estupendas. A ver si me acerco a verlas.
— Pues sí. Cuando quieras. Las niñas a veces preguntan por ti. A ver si antes de tu fiesta de cumpleaños te pasas por casa.
— Eso haré.
— Vas a celebrar este año una de tus estúpidas fiestas “B” de cumpleaños.
— Hemos hablado mil veces sobre esto, no necesito tus reproches, aunque si te soy sincero (y no te chives) no tengo ganas.
— Sí, pero aun así la harás. No sé que ganas con ese estilo de vida que llevas.
— Pepe. No me toques los cojones. Sabes lo que pienso. Así que no sigas por ahí.
— Solo te digo que espero que cuando te vayas a dar cuenta de lo que de verdad importa en esta vida. No sea demasiado tarde para ti.
— «Ya es demasiado tarde para mi» Eres muy drástico. Los negocios me van bien. Chicas no me faltan y tengo una salud envidiable.
— En fin. Replantéate las cosas. Yo no pierdo la esperanza de que lo hagas. Aun así me alegro de verte bien.
— «Meme, ella si que... » ¡Ay hermanito! Tan sentimental como siempre. Que buena pinta este rodaballo. Comamos que esta tarde tengo una reunión importante con Javier Giménez.
— ¡Salud!
Agotado después de 4 horas de reunión llega a casa y se tumba en el sofá. Enciende un rato la tele sin animo de ver nada. Tiene un mensaje en el contestador de casa. Lo acciona:
— Hola Hugo, soy Meme. Te he llamado al móvil pero estabas fuera de línea. Por eso te estoy llamando a casa, tampoco contestas, así que te dejo este mensaje. Sé que hace tiempo que no hablamos, me he acordado mucho de ti. No sé que nos pasó, de verdad, que no lo sé. El otro día me encontré con Pedro y desde entonces solo he pensado en llamarte. Me encantaría volver a verte. Espero tu llamada. Cuídate. Besos.
— ¡MEME!, una sonrisa se dibuja en la boca de Hugo. Descuelga el teléfono. Se queda inmóvil unos segundos con el aparato pegado al oído. Reacciona y marca.
— Hola, no sabes como echaba de menos tu voz, llevo todo el día pensando en ti. Estoy deseando verte. Este fin de semana lo tengo libre y había pensado en hacer una escapada a Granada. Conozco un hotel estupendo en el Albaicin que te va a encantar. Invito yo, tenemos mucho que hablar, hace tanto tiempo desde la última vez, ¿qué me respondes, Sonia?
Jose Manuel Lucas
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